jueves, 18 de diciembre de 2025

Visita al MUBAG: La época Romántica

 Romanticismo

Madrid tiene muchos museos, de sobra conocidos por aficionados y turistas. Sin embargo es posible que a muchos les pueda pasar desapercibido el que se encuentra en el Palacio de Matallana, que alberga el Museo Nacional del Romanticismo. Cuando me enteré de la exposición temporal dedicada a esta etapa histórica, La época Romántica (no veo el porqué de la mayúscula en el título de la muestra, pero lo respeto), me apresuré a sugerir a la Junta de la AAUP la posibilidad de gestionar un par de visitas guiadas para los miembros de nuestra asociación. Y así, el 11 de diciembre conseguimos un par de recorridos tutelados por nuestras expertas, Alicia y Ana.

Muchas de las piezas que se podrán contemplar no habían sido expuestas hasta ahora. Algunas fueron restauradas para la ocasión y además el MUBAG ha pintado las paredes de acuerdo a los contenidos que se iban a exponer. Por todo ello consideramos que se trata de una exposición extraordinaria.


Habiendo sido profesor de Literatura durante cuarenta años, sabía que llegar a este periodo era conseguir la atención de mi alumnado, lo que podía suceder también con los visitantes de la muestra. El movimiento surge en Alemania a finales del XVIII, y a nuestro país llega durante la segunda década del XIX, en pleno reinado de Isabel II, quien sube al trono con apenas trece años. Frente al racionalismo del periodo enciclopédico, surge como reacción el predominio de los sentimientos. Frente a la "cabeza", se alzará el "corazón". Gran parte de la pintura de la época es de carácter academicista y tiene como finalidad potenciar la institución monárquica; habrá otros que pretenden con su obra luchar contra ella. En esta exhibición podremos ver las más de 300 piezas expuestas que son un fiel reflejo de un periodo convulso. De hecho el reinado de la monarca acabó con la conocida como Revolución Gloriosa, que supuso su exilio a París.


Hay al tiempo grandes avances tecnológicos, como el ferrocarril en 1848, o la arquitectura del hierro y los barcos de vapor, que conviven con formas de vida durísimas, por ejemplo las de quienes han de salir a la mar arriesgando sus vidas. Como el cuadro de Heliodoro Guillén, "La última borrasca", de fin trágico. Muy curiosa la imagen de nuestro puerto casi irreconocible por las transformaciones sufridas, pintada por Joaquín Agrassot.



La muestra hace un repaso de la visión "exótica" que tenían los visitantes extranjeros de la época, buscando rasgos "morunos" presentes sobre todo en Andalucía y que los hacía fijarse en lo costumbrista: toreros, bandoleros, chisperos, y trajes regionales, o esa chaquetilla pintada a mano, cuidadosamente restaurada. Más interesante me ha resultado la plasmación del papel de la mujer, en un tiempo en que se dedicaban al hogar, y a la crianza, en matrimonios generalmente concertados. Su formación era limitada a todo lo que pudiera considerarse un "adorno": pintura, música, bordados... No podían asistir a cursos formales. En todo caso iban a talleres o academias particulares. Son retratadas como muestra del poder burgués familiar, o bien por ser conocidas por tener una moral "descuidada", como en el caso de actrices y cantantes.


Si alguna se atrevía a romper con la norma siguiendo al propio corazón, era expulsada del seno paterno y en el cuadro que sigue no queda claro si, incluso mediante la intercesión del sacerdote, el pater familias sería capaz de perdonar a la "descarriada". 


Los varones, mientras tanto, son retratados de forma estereotipada: militares, comerciantes, terratenientes, lo que comporta signos de estatus, como las pipas, los bastones o los pistolones que se exponen en las vitrinas. Muchos de ellos ejercieron en las colonias, que acabarían perdiéndose en 1898. Y desde ellas llegan mantones de Manila, objetos chinescos y retratitos de damas cubanas afrodescendientes. Curiosa, si no representara lo que representa, la mesa sostenida por un pie que es la figura de un negro cabeza abajo.


Hay otra sección dedicada al ocio burgués, bien al privado, con reuniones en veladas de lectura o de música, o bien al público, con conciertos, museos... Los objetos dedicados al entretenimiento, que nos acercan a las primeras imágenes en movimiento, llaman mucho la atención, como el zootropo.


Una única pega, tal vez. El tamaño de las cartelas explicativas y su ubicación, dificultaban la lectura a quien sintiera curiosidad. Seguramente ello podría ser fácilmente subsanable. Por lo demás, creo que el recorrido nos dejó con ganas de volver por libre para disfrutar de cada pieza exhibida al ritmo de cada quien. Creo que la próxima visita será ya el año que viene.

José Manuel Mora.










domingo, 14 de diciembre de 2025

Mercados Navideños y Región Occitana: Occitania IV

 

Occitania, IV; y final


Perpignan/ Perpinyà/ Perpiñán

Amanece y no hay buenas noticias de salud; Maribel y Rafa se quedan para ir al hospital a ver qué tratamiento le pueden ofrecer a ella para combatir una tos que la ahoga. Al pasar por Leucate, las nubes se rasgan y brilla el sol a su través, espejeando el mar. Al fondo los Pirineos se reafirman cada vez con más rotundidad aunque sea a lo lejos. 

La ciudad fue siempre objeto de codicia y lucha entre francos y aragoneses. Y lo que más me sorprende es haber olvidado, si alguna vez lo estudié con el profesor Ubieto en Valencia, que este Rosselló que ahora atravesamos,  tenía a Perpinyà como capital del Regne de Mallorca allá por el s. XII. El autobús nos deja ante una fachada de corte modernista, de líneas ondulantes y motivos vegetales y que en su momento fue un cine, Le Cinéma Castillet, y ahora es sede bancaria.


El nombre del cine se debe a la cercanía del Castillet, conocido así por sus torreones que formaban parte de la muralla defensiva de la ciudad, toda en ladrillo rojo combinado con rocas traídas de fuera para el arco de entrada, ya que aquí no las hay. Se la conoce como Porte de Notre Dame



La visitaremos después. Ahora nos adentramos en una ciudad de 300.000 habs., con aires mediterráneos, y que dejó de pertenecer a la corona española en 1659 con el Tratado de los Pirineos, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. El primer edificio ante el que la guía se detiene es un palacete/lonja del mar que me trae a la cabeza la Llotja valenciana, con sus ventanales ojivales geminados, tan elegantes.


A su lado se encuentra el "Ajuntamiento" y al entrar al patio interior encontramos una delicada escultura del escultor modernista Maillol, con la sobriedad elegante que acostumbra: "La Mediterránée ou la Pensée". En el primer piso se halla la sala donde se celebran bodas civiles, llamada "Salle des Consules", porque allí se los recibía en tiempos. El techo neo morisco es muy hermoso. Creo que es la primera vez en estos días de excursión que tenemos "turistada" (ellos pensarán lo mismo de nosotros). Son catalanes y están encantados de disponer de información en su idioma.


Deambulamos luego por calles con personalidad, fachadas coloreadas, contraventanas de madera en tonos vivos... Los bajos están ocupados por tiendas pequeñas, gestionadas por varones magrebíes de tercera generación, a la vista de cómo se saludan y hablan. 


Nos detenemos ante un edificio que no llama en absoluto la atención por su aspecto, tan sólo sus barandillas de forja son especiales. Es el Palacio Pams, así llamado en honor del político y ministro Pierre Bardoux que se hizo cargo de la fábrica de papel de fumar, J.O.B, con cuyos beneficios levantó el palacete a finales del XIX, en estilo Art Nouveau.


La sorpresa nos espera en su interior, con un vestíbulo al que da luz un enorme lucernario que cubre todo el espacio de la entrada. Enfrente una escalera de ónice, mármol y estuco, señorial, con las paredes afrescadas por Paul Gervais, de temática mitológica, que son muy ilustrativas. Es el espacio perfecto para una foto de grupo.



En la primera planta se suceden las salas en torno a la balconada cuadrangular. Algunas están iluminadas por la tenue luz que filtran los visillos blancos. Otras tienen imponentes chimeneas y cielo decorado. Espacios perfectos para albergar actividades culturales de carácter municipal como conferencias, exposiciones, conciertos, que la hacen un foco vivo en la ciudad, al albergar también una biblioteca.




Se levantó un ala nueva en la parte posterior de la mansión con un jardín acogedor, que sirve para disimular la parte de la factoría a la que se accede por un pequeño pasillo y que muestra la típica estructura en hierro finisecular.


Empezamos a estar agobiados por la cantidad de jubilatas que se suman a la visita y la guía la da por concluida. Es el momento de volver al Castillet, con sus 140 escalones de angosta escala helicoidal para llegar a sus almenas. Es verdad que la vista panorámica que se disfruta desde lo alto vale la pena, con el Palacio de los Reyes de Mallorca a lo lejos. 


En las plantas intermedias hay salas dedicadas a museo etnográfico de temas occitanos. Pero desde lo alto hemos divisado las agujas de la catedral y no nos resignamos a no verla, con lo que somos los primeros en acabar la visita y salir a buen paso, guiados por el tom-tom. Está algo más lejos de lo esperado. Y lo primero que encontramos es un claustro inmenso a cielo abierto, del s. XIV, que cumplía función de cementerio, lo que lo hace único en Europa.



Llama la atención la aguja en un edificio construido con ladrillo rojo y piedra vista, dada la ausencia de canteras en la zona. El interior es de una sola nave, gótica, sobria, totalmente vacía a esta hora y a media luz. Mientras recorremos los altares laterales, con retablos barrocos, se produce de nuevo la magia y comienza a sonar el órgano con una tocata de J. S. Bach. Volvemos a emocionarnos. Son estas cosas inesperadas las que convierten un viaje en algo diferente por insólito. Como descubrir en un lateral, bajo el retablo de S. Pedro, unas figuras en madera, coloreadas al estilo gótico, con aire de austeridad, de una expresividad conmovedora.




Pero hay que salir deprisa, porque nos esperan en L'Ardoise, lugar donde probaremos por fin el famoso cassoulet. El necesario tom-tom nos advierte de que nuestro objetivo está a 25 mi. a pie. Nos apuramos y apretamos el paso. Nuestras caminatas matinales van a servir por fin de algo. Llegamos a tiempo de un primero hecho con un atadillo de pasta filo, que recuerda al hojaldre y que está rellena de queso de cabra caliente y trocitos de manzana asada. Una delicia. Luego el plato fuerte, el cassoulet, hecho con alubia blanca y muslito de pato, todo regado con un vino de Argelés, más que aceptable, a pesar de sus connotaciones. Terminamos con una torrija que lo acaba de arreglar.




Nuestro último destino es L'Île-sur Têt, "isla" de la que no sabemos nada. Está muy cerca de la frontera, y del que fue tristemente célebre campo de prisioneros a cielo abierto en Argelès-sur-Mer, donde tantos de nuestros compatriotas derrotados sufrieron y murieron escapando de la represión del final de la guerra. Allí nos dicen que vamos a ver Les Orgues, cuya traducción literal ha de ser entendida como "órganos". Recorremos una senda sin más misterios que unas figuras hechas de acero negro que nos resultan divertidas. Como ese pobre mochilero que lleva a Francia a sus espaldas y que advierte que no habrá manera de levantarla sin sostén.


Llegamos a una explanada rodeada de formaciones calcáreas sedimentarias, que han ido adquiriendo formas caprichosas debido a la erosión de agua y viento desde los tiempos glaciares. Se trata de columnas caprichosas que recorren toda la gama de ocres y tierras. Al fondo del paisaje el sol hace de las suyas, jugando a ocultarse entre las nubes y esas figuras a veces casi humanas. Nos recuerdan a nuestras "médulas" leonesas.




Aún maravillados, en el viaje de vuelta sólo tenemos la cabeza en las necesarias maletas y el obligatorio madrugón. Rafa y Maribel han sobrevivido y han sido bien atendidos. Pensamos que el viaje ha merecido la pena por todo lo visto y por las personas que hemos conocido. No será el último que hagamos.

José Manuel Mora. 









sábado, 13 de diciembre de 2025

Mercados Navideños y Región Occitana: Occitania III

 Castellnou 

Hoy viajamos hacia el sur. Ha amanecido nublado pero, conforme avanzamos hacia el mar, el sol se va abriendo camino entre nubes de algodón desgarradas por la luz. Dejamos la laguna de Leucate a la izquierda, que ya nos resulta reconocible, separada del mar por una fina barra de tierra. La luz es ahora casi mediterránea con el brillo marino al fondo. 


Y así llegamos a nuestro primer destino, Thuir, población que no había escuchado nombrar nunca. El motivo es visitar una bodega en la que se embotella desde 1867 una bebida a base de "vins genereux (importados de Málaga y Tarragona) et de quinquina" y otros aromas (ajenjo, cacao, café tostado, canela, cardamomo, clavo, piel de naranja amarga), como en la degustación final tendremos ocasión de probar. En principio se pretendía terapéutica "tonique higiénique" pero perdieron el juicio frente a las farmacéuticas y desde entonces la siguen exportando  por todo el mundo. Su fórmula permanece en el más absoluto de los secretos. La guía de la empresa, Les Caves Byrrh, habla un español aceptable. 




Antes que nada, y en formato proyección, nos presenta ejemplos de la publicidad decimonónica pensada para atraer una clientela burguesa que pudiera pagarla, claro está. Los diseños son muy fin de siècle, por los atuendos y las poses, muy belle époque. Los realizaron artistas famosos de aquellos años. Se presentaron 1900 participantes Es curioso que el patron, de extracción humilde, diera diez días de vacaciones al año a sus trabajadores ya en 1889.


Nos muestra un pequeño museo con objetos que en su momento fueron necesarios para el embotellamiento del "licor", y acabamos en unas naves de techos altísimos que albergan toneles troncocónicos de hasta 70.000 litros nada menos. El récord mundial es el de la tina de roble con capacidad para más de un millón de litros, que se dice pronto. No sólo sorprenden por su tamaño, sino por el trabajo que habrá supuesto su confección con la curvatura de tantas duelas. La empresa iba tan bien que se construyó una estación de ferrocarril encargada a G. Eiffel, lo que da idea del volumen del negocio. En 1910 ya contaban con 750 empleados.



En los años sesenta la compañía fue comprada por la marca Cinzano, que ya acogía a Pernod-Ricard. La visita concluye ante un magnífico quiosco de 1891, presente en ferias universales, entre brindis y risas generalizadas. Menos mal que no pasan de ser "chupitos", porque hubiéramos podido acabar perjudicados. Nuestra presencia da idea del tamaño del tonel.

Entre lo prolongado del viaje y la extensa y detallada visita, se ha hecho la hora de comer. Y lo hacemos en un local que da la impresión de ser de carretera. Nos han preparado una larga mesa llena de sol. Primeros de ensalada con queso de cabra caliente o bien foie; y de segundo el tan alabado filet mignon, que está realmente delicioso. De postre, tarta de queso con helado, tal vez lo menos acertado. La casa ofrece un café de cortesía.



Y vamos ya hacia Castelnou, en la falda de Pirineos, nevados en ésta su cara norte. Se le denomina también Castellnou dels Aspres, por estar ya en zona de dominio catalán, el Roussillon. Se nos ha incorporado un guía con pinta de pastor, armado de cayado y boina y un dificultoso castellano. Nos señala el emblemático pico del Canigó. El horizonte se va ondulando y cubriendo de arboleda que combina sabiamente los verdes y los ocres. Y descubrimos unas torres ubicadas en lo alto de colinas estratégicas, que servían para vigilar y avisar de posibles ataques de los mallorquines, que pugnaban por controlar la región, disputándosela a la Corona de Aragón. En el cerro más alto está el pueblito, coronado por un castillo, como indicaba su nombre, también con finalidad defensiva.


Algunos se han de quedar a la puerta de entrada, dado que el bus no puede transitar por el interior y hay que subir una buena pendiente. Arriba nos enteramos de que la fortaleza no la vamos a poder visitar porque está cerrada. Cosas de la agencia que enfadan con razón a Marisa. Sin embargo, el callejeo empedrado alberga rincones y vistas peculiares, con torres que se van tostando al poniente. Ayuda que la tarde ha quedado tranquila y la gente va charlando. 



Llegamos a la iglesuca de Notre Dame de Mercadal. Escuchamos las explicaciones a la puerta de la misma, acariciados por un tibio sol poniente. En la fachada, un reloj de sol de 1826. Hasta entonces la vida se regía por las campanadas de la torre, y antes por la altura de la luz en las tareas del campo. Ahora hay también un reloj "normal". En su interior la desnudez de las paredes es absoluta. Contrasta con el altar mayor con forma de baldaquino barroco. En un lado, una pietà lacrimosa que impone con el dolor del cuerpo del hijo en su halda.

Pero aún hay algo que nos llama más la atención a todos: una tabla con la imagen del crucificado, desnudo, sin paño de pudor alguno. Tal vez es la primera vez que veo algo así. La obra es de una pintora, Camille Descossy, del año 1970. No sé cómo los habitantes de un pueblito tan pequeño han tolerado semejante imagen en su iglesia. 


Cuando llegamos a nuestro último destino, Céret, es casi de noche. Cruzamos un puente que guarda una leyenda demoníaca que no alcanzo a escuchar bien, pero que resulta elegante con su solo arco.


Las dos torres de entrada dan paso a una población que no parece tener una especial personalidad pero que, con sus calles vacías, tenuemente iluminadas, tiene algo de encanto. El objetivo es visitar la iglesia de S. Pedro. De estilo románico, se halla encerrada entre edificios ciudadanos, que parecen querer aprisionarla. No queda ya luz para fotografiarla. 


Estamos cansados y con ganas de volver. El regreso se hace por autopista y con la segura conducción de Antonio. Al llegar a la Cité, Matías me propone el recorrido nocturno que nos habían sugerido amigos santapoleros. Y cuando creemos ser los dos únicos que van a desafiar al frío de la noche, somo una veintena de marchosos los que iniciamos el recorrido. Todo tiene un aire teatral, de decorado, casi fantasmal. Un lujo pasearlo sin turistas ni gentíos innecesarios.


En la plaza encontramos un bar que, aunque abierto, no parece por la hora interesado en servirnos algo, ils sont désolés. Felizmente Marisa se dirige a otro bistrôt, también iluminado, donde nos acogen. Ocupamos todas las mesas que quedan libres. Ayudo al camata a anotar las commendes y la sopa de cebolla y las tablas mixtas, regadas con cerveza o vino del país acaban templándonos. Coronamos con unas crêpes au chocolat. Y ya, puestos a tono, cometemos un pecado de lesa españolidad: no sólo cantamos, sino que nos marcamos una jota castellana, e incluso improviso una escena de bululú. Los camareros nos miran sin salir de su asombro, creo que no se han visto en otra igual. Al final acaban aplaudiendo y nosotros muertos de risa.






Ha sido un broche "glorioso" a la jornada. No sé ni cómo llegamos al hotel. Mañana, último día.

José Manuel Mora.